¡PARA! (Que pasan los peatones)

Las calles de España son ríos negros llenos de miedo y de coches yendo a toda velocidad. La única protección para los peatones contra estos coches son puentes de color blanco - a veces brillante y a veces apenas visibles depende del estado de la pintura. Pero aparte de los pasos de peatones, cada vez que cruzo la calle delante de un coche, pienso que me voy a morir.

Casi cada mañana me marcho a la Universidad en el oscuro azul del amanecer con un frío que te mueres. Aunque siempre hace frío por las mañanas (sin sol hasta las 9:oo), pienso en mis queridos profesores y esa cuna de saber que se llama el aula, y de repente tengo más calor del que da el sol inexistente. Pero equipado con mi I-pod y un abrigo con capucha y distraído por pensar en aprender en mis clasitas, me vuelvo un objetivo inocente, feliz y, más que nada, mudo. En el momento que piso la calle – siempre por el paso de peatones, esos puentes rotos y planos que a veces son blancos pero en general son apagados y casi invisibles aunque deben contrastar con los ríos negros de asfalto que serpentean por la ciudad – me doy cuenta de que hay un coche, o un caballo, o un camión de la basura o un autobús gigantesco yendo a toda velocidad en mi dirección.

En el momento, sólo siento terror. De repente me quedo petrificado como una guapa estatua romana – bueno, como una víctima de Medusa aterrorizada – en el centro de la calle fría e implacable. Cierro los ojos y espero mi muerte dolorosa, ensangrentada y prematura. Veo toda la vida en mi último segundo, desde mi preciosa niñez hasta mi presente inocente y admirable – pero nada ocurre.

Abro los ojos y veo el coche (etc.), parado unos metros delante del paso de peatones. El conductor está sonriendo y me dice hola con la mano. Ahora, seguro de que los pantalones están secos, continuo al otro lado de la calle. Y así funcionan las leyes de tránsito en España - cruzar la calle siempre es un acto de fe ciega.



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